La recuerdo en la ventana, contemplando unas vistas demasiado comunes desde un segundo piso, con el pijama puesto y las manos más frías que jamás toqué. Solía excusarse diciendo que se dedicaba a inventar historias sirviéndose de unas pocas calles sin misterio y varios vecinos humildes.
La recuerdo recordando tiempos mejores, ilusiones pasadas de moda y sueños que abandonó por caducados. Trozos de vida que quizá sólo anheló desde su cama en cualquier noche de invierno y retales de una historia que a nadie interesaba por desbordar irrelevancia.
La recuerdo niña, ilusa, viviendo en las nubes sin salir de su habitación. Acostada boca arriba, rodeada de cuadros de paisajes hermosos. Entre libros de amor y canciones tristes saliendo a borbotones de su alma arrugada, escondida en un cuerpo liso y perfecto.
La recuerdo más guapa que de costumbre aquel día, en su sitio de siempre, contemplándome como quien contempla la luna desde un mirador. Tuve miedo de hablar, miedo de que el tono de mi voz la asustara y rompiera las paredes de un oído ya acostumbrado al silencio. Pero, finalmente, me armé de valor para saber el motivo de esa tristeza tan visible que la inundaba. Le pregunté qué tipo de criatura con una pizca de corazón se había atrevido a romper el suyo de aquella manera tan descarada. Estaba dispuesta a escucharla durante horas en aquella casa de pueblo, frente a una chimenea y una escalera de piedra desgastada, asimilando y atendiendo, respirando al ritmo de su pecho. Pero ella sonrió, y con el gesto congelado se limitó a responder: "Yo".
La recuerdo más guapa que de costumbre aquel día, en su sitio de siempre, contemplándome como quien contempla la luna desde un mirador. Tuve miedo de hablar, miedo de que el tono de mi voz la asustara y rompiera las paredes de un oído ya acostumbrado al silencio. Pero, finalmente, me armé de valor para saber el motivo de esa tristeza tan visible que la inundaba. Le pregunté qué tipo de criatura con una pizca de corazón se había atrevido a romper el suyo de aquella manera tan descarada. Estaba dispuesta a escucharla durante horas en aquella casa de pueblo, frente a una chimenea y una escalera de piedra desgastada, asimilando y atendiendo, respirando al ritmo de su pecho. Pero ella sonrió, y con el gesto congelado se limitó a responder: "Yo".
Las habladurías del pueblo cuentan que voló. Me consta que a uno de sus cuadros.







