Cada vez que me siento perdida, irritada o sola, apareces.
Apareces en forma de sombras, de canciones o de gestos. Dándome vida y tus ganas, animándome a seguir. Me aconsejas, me abrazas, te crees mi ángel de la guarda, me vistes por la mañana. E, incluso cuando no suena el despertador, tú abres mis ojos con sigilo y yo adivino que hoy quizás te encuentre. Apareces por costumbre, porque sabes que en el fondo me esperas igual que yo, vestido de algún color que no acierto, con un rostro sin fijar. Me hablas de la vida y de la esperanza, de tus sueños y los míos. Me dices que hay algo más detrás de las estrellas que las personas somos incapaces de imaginar, excepto tú. Tú, mi chico de los pájaros, el que mira por ventanas desconocidas y pasea por sitios que poco a poco me enseñará. Tú, el que, en algún lugar del mundo, sonríe conmigo al unísono.

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