La luz amarilla vuelve a cegarme los ojos cansados de un día cualquiera, disparo de una pequeña lámpara de noche comprada en IKEA, situada donde siempre. El mismo televisor del mismo vecino saluda tímido a través de las mismas paredes beige, justo cuando una, posiblemente antigua, puerta del bloque se cierra con llave. La misma cama con sus mismas historias y el balcón que siempre estuvo a mi izquierda, permite entrever que vuelve a ser de noche en la ciudad. La ciudad que no cambia, con los mismos semáforos, los mismos autobuses y ambulancias que rompen un silencio ruidoso.
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