Por un momento, la cabeza se me llenó del nombre de mis platos preferidos, del olor a mar, del tacto del terciopelo, de esa canción que me hace vibrar, de bonitos paisajes... Pero bastaron unos segundos para que sus iniciales aparecieran, hundiéndome, escritas con molestas luces de neón en cada recoveco de mi mente.
Soñé con sus ojos, con su oscura pupila, y volví a sentir el cosquilleo que baila en mi estómago cada vez que me miran, aunque lo hagan sin querer; Recordé el olor de su perfume, de su piel, de su ropa... E imaginé que me impregnaban una y otra vez; Soñé con el sabor de sus besos, aquellos que ansío y no pruebo; Imaginé su voz hablándome al oído, el sonido de su respiración entrecortada pidiéndome a gritos lo que le hubiera dado; Por último, pensé en sus manos y las soñé recorriendome despacio, sin prisa. Pensé en la yema mis dedos entre sus labios, suaves y cálidos, como cualquier primavera.
Tardé en reaccionar, miré al frente y suspiré, y allí, desde algún lugar que no alcanzaba mi vista, me lo repitieron en voz alta. Me repitieron que jamás me miraría de esa manera que quiero que lo haga, que jamás colaría mi nariz entre los pliegues de su cuello, que jamás lo besaría, que jamás me susurraría aquellas frases que no existen, que jamás de los jamases lo tocaría. Y respondí:
-Si quieres, puedes llevártelos todos.
-Si quieres, puedes llevártelos todos.

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