martes, febrero 28

cambiar el mundo

"En realidad el mundo no es exactamente... una mierda. Aunque supongo que es duro para aquellos acostumbrados a que las cosas sean como son, aunque sean malas... y no quieren cambiarlas, se dan por vencidos. Y entonces se sienten como perdidos".

A lo largo de mi corta existencia me han tachado de muchas cosas, supongo que por culpa de esa manía que tiene el ser humano de etiquetar a los demás para saber a lo que se enfrenta. Según mucha gente soy asquerosamente moralista, ética e idealista. De pequeña quería cambiar el mundo, apenas levantaba dos palmos del suelo y ya lloraba con las cosas que se me antojaban injustas, balbuceaba lo que me parecían y sentía una tremenda impotencia por no tener poder para modificarlas. Me preguntaba cómo era posible que un ser capaz de amar, perdonar, engendrar vida y soñar, fuese también dueño de sentimientos tan viles como ilógicos. No tenía idea alguna de a qué se debían aquellos atentados del once de septiembre, tampoco sabía por qué algunas personas morían de hambre sobre un cartón y otras en una mansión adosada por culpa de un perezoso, fumador y goloso corazón. Me sorprendía que, chicos poco mayores que yo, acabaran hospitalizados por consumir sustancias que desconocía, y se me erizaba la piel cada vez que aquel aparato llamado televisor nos informaba del elevado porcentaje de mujeres maltratadas o de otro escalofriante suicidio más. Era una niña, ¿qué podía entender? Sólo sabía que aquello estaba mal, que ése no era exactamente el mundo que me habían vendido los cuentos, y que estaba decepcionada, realmente decepcionada.

"Es difícil, no se puede planear. Hay que cuidar más de la gente, hay que amar a las personas, protegerlas... Porque no siempre ven lo que necesitan. Es una gran oportunidad de arreglar algo que no sea tu bici. Se puede arreglar una persona".

¿Hasta dónde llega la bondad humana? ¿Seríamos capaces de hacer algo grande como logró Trevor, el protagonista de la película "Cadena de favores"? Todo principio se encuentra en la empatía, en la generosidad con el prójimo, aunque éstas parezcan palabras sacadas de una Biblia (he de decir que soy atea). El mundo lo componemos todos, con nuestras respectivas vidas y necesidades, ¿seríamos capaces de satisfacer las necesidades del otro anteponiéndolas a las nuestras sólo por hacer del mundo algo mejor? Me parecía interesante abarcar este tema justo ahora que los "jefes" se empeñan en dividirnos entre necesitados y demasiado abastecidos. Estoy segura de que, de niños, incluso ellos lloraban ante la injusticia.

De pequeña quería cambiar el mundo, de mayor también.

jueves, febrero 23




















Solía imaginarlo excitado, sentado en una punta de la cama, divisando mi silueta a través de vestidos alados. Solía pensar que sus manos se volvían incoherentes si alguien pronunciaba mi nombre, que soñaba con hacerme el amor riéndose de un kamasutra demasiado anticuado. Solía pensar que mis palabras despertaban sus instintos, que mi boca era la responsable de sus gemidos, y no una boca cualquiera. Solía creer que, como yo, en su más húmeda soledad casi extrañaba mis dedos, que maldecía sus obligaciones por sus ganas de morder mi lengua una vez más.




Pero, al parecer, la única excitada era yo.

jueves, febrero 2

frío siberiano


















Huele a Siberia en el aire. Una ola de frío afecta a la Península y nos acompañará al menos hasta el próximo domingo, he tenido ocasión de leer. La calle debe de estar llena de dientes que castañetean más fuerte que sopla el viento, y los dedos de tus pies, responsables de la risa maliciosa del recibo de la luz, de escarcha. Recuerdo cuando el frío no era más que una palabra a la que yo combatía colando mis manos en el bolsillo de alguna chaqueta ajena. Cuando el vapor se dormía en el cristal de la ventana y, mi piel, quemándome el vello débil de los brazos, paseaba desnuda por el pasillo, segura y sin abrigos de lana. No me sorprenden las temperaturas bajas, pues tuve que desaprender, sin remedio, a vivir en un constante junio habanero. El invierno me habita desde hace ya bastante tiempo a pesar de mis intentos por hacer las paces con la primavera. Y es que, en ocasiones, son nuestros cuerpos los que se encuentran en alerta naranja por riesgo de nevadas en su interior.

Huele a Siberia en el aire. Seguimos sin novedades.