Me gusta ir en autobús. No me horroriza la idea de depender de ellos para llegar a clase. Que va, más bien todo lo contrario.
Algún asiento me esperará tranquilo, helado por el frío, y la rutina empezará entre música en mis cascos y cristales empeñados. Luego comenzará a entrar gente, gente que siempre entra después que yo. Alguien que no he visto nunca, con maletas y bufanda de colores claros, o esa pareja joven que suele compartir besos fugaces en la esquina. Ella con sus gafas de ver y él con sus enormes zapatillas de deporte, que no entorpecen un perfecto entrelazado de sus pies. Algún hombre de negocios, con corbata azul y maletín, y quizá falto de amor o de tiempo; alguna señora mayor que tiene cita en el médico o algún bohemio soñador que no se marea si lee. Puede que más tarde entre ese chico tan guapo, de pelo negro azabache y pestañas largas, o aquel alto y de rostro alargado que siempre va de pie por subir demasiado tarde. Mientras, en el exterior, los negocios se abren y todas las bicicletas rojas parecen estar alquiladas. El termómetro marca los cuatro grados.
Me gusta ir en autobús. Me gusta formar parte de un conjunto de vidas que se cruzan, de un conjunto de historias que se saludan cada mañana para decirse adiós en cualquier parada de la ciudad.
Algún asiento me esperará tranquilo, helado por el frío, y la rutina empezará entre música en mis cascos y cristales empeñados. Luego comenzará a entrar gente, gente que siempre entra después que yo. Alguien que no he visto nunca, con maletas y bufanda de colores claros, o esa pareja joven que suele compartir besos fugaces en la esquina. Ella con sus gafas de ver y él con sus enormes zapatillas de deporte, que no entorpecen un perfecto entrelazado de sus pies. Algún hombre de negocios, con corbata azul y maletín, y quizá falto de amor o de tiempo; alguna señora mayor que tiene cita en el médico o algún bohemio soñador que no se marea si lee. Puede que más tarde entre ese chico tan guapo, de pelo negro azabache y pestañas largas, o aquel alto y de rostro alargado que siempre va de pie por subir demasiado tarde. Mientras, en el exterior, los negocios se abren y todas las bicicletas rojas parecen estar alquiladas. El termómetro marca los cuatro grados.
Me gusta ir en autobús. Me gusta formar parte de un conjunto de vidas que se cruzan, de un conjunto de historias que se saludan cada mañana para decirse adiós en cualquier parada de la ciudad.
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