viernes, diciembre 30

la chica de los ojos tristes y los labios secos

Ella tenía las ojos tristes y los labios secos. Nada la aturdía. Nada la incordiaba. Nada evitaba que viviera tranquila, relativamente feliz. Pero sus ojos eran tristes y sus labios seguían secos.


















Había aprendido a extrañar momentos que nunca vivió, encuentros escondidos en ningún sitio, esencias que no tenían cuerpo. Se acostumbró, admitió que no existía nombre al que aferrarse, al que culpar al menos de que sus ojos estuvieran tristes y sus labios secos. Añoraba sin remedio miradas que nunca miró y bocas que nunca había besado. 
Al dormir, soñaba que las manos de unos brazos desconocidos la acariciaban, y, al despertar, no podía evitar imaginar ausencias inexistentes entre sus sábanas. Luego se abrazaba a la nada. Al sinsentido. A los motivos sin motivos. Y se echaba a reír, porque incluso ella pensaba que se había vuelto loca. Loca por nadie. Un enorme "nadie" enfadado con un "alguien" que nunca aprendió a valorar sus oscuros ojos tristes y sus secos labios rosados.

martes, diciembre 20

Parada solicitada

Me gusta ir en autobús. No me horroriza la idea de depender de ellos para llegar a clase. Que va, más bien todo lo contrario.
Algún asiento me esperará tranquilo, helado por el frío, y la rutina empezará entre música en mis cascos y cristales empeñados. Luego comenzará a entrar gente, gente que siempre entra después que yo. Alguien que no he visto nunca, con maletas y bufanda de colores claros, o esa pareja joven que suele compartir besos fugaces en la esquina. Ella con sus gafas de ver y él con sus enormes zapatillas de deporte, que no entorpecen un perfecto entrelazado de sus pies. Algún hombre de negocios, con corbata azul y maletín, y quizá falto de amor o de tiempo; alguna señora mayor que tiene cita en el médico o algún bohemio soñador que no se marea si lee. Puede que más tarde entre ese chico tan guapo, de pelo negro azabache y pestañas largas, o aquel alto y de rostro alargado que siempre va de pie por subir demasiado tarde. Mientras, en el exterior, los negocios se abren y todas las bicicletas rojas parecen estar alquiladas. El termómetro marca los cuatro grados.

Me gusta ir en autobús. Me gusta formar parte de un conjunto de vidas que se cruzan, de un conjunto de historias que se saludan cada mañana para decirse adiós en cualquier parada de la ciudad.

domingo, diciembre 11

Antes de salir, sonríe y recuerda que eres preciosa

La mayoría de las veces, la inspiración nace de las cosas más cotidianas, cosas que, en otro mejor o peor momento, pasarían a formar parte de tu vida como si de banalidades se tratase: un consejo, una conversación con un buen amigo, una canción escuchada justo en el instante correcto... O, simplemente, cualquier nota en un post-it desgastado que ahora me sirve para dar título a mis palabras. No recuerdo por qué la escribí, sólo sé que la he dejado descansar sobre un panel de corcho colocado en la pared, en el pasillo que lleva hacia la puerta de entrada y, obviamente, de salida. Pero, lo que me es más relevante es que, simplemente, la olvidé. Sí, así es. Me prometí leerla cada mañana antes de ir a clase, creer un poco en ella aunque no la considerase cierta, y lo olvidé. Me fallé a mí misma y fallé a mi promesa, quizá por falta de tiempo o de ganas. No ha sido más que otra nota rodeada de recordatorios insignificantes, muriéndose de frío, de hastío, de pena... Y, hoy, le debo, NOS debo, una buena disculpa.